tenías razón. Repetía
en mi cabeza, esa voz tan familiar;
mientras rondaba por las calles hacia ningún lugar, solo caminar para pensar en
no querer pensar en ti, y en cada ocasión me desviaba a la primera oportunidad,
pero alguna acción de mi existencia, de la realidad, te traía ágilmente a mis
ideas. Algunas ocasiones me pregunto si en realidad podré dejar de hacer eso, ¿Cómo
podría sentirse?
Camine recto
algunas cuadras, me hipnotizaba las señales, y esa sensación de sentirte lleno,
pero con un cierto vacío interior. Me detuve en una esquina, me recargue contra
la pared de piedra, mire hacia el cielo, y creo haber sentido una paz, serena,
serena, tranquilizadora, ideal para esa ocasión en la que sonreí, sabiendo que
no era feliz, pero al cielo no le importó, y así me envolvió entre su
serenidad.
escuche un
sonido particular, mientras en mis pies un leve temblor del concreto vibro bajo
de ellos, desconcertado volteé hacia mi derecha para rodar después mi cabeza
junto a la mirada que se clavaria directamente en los ojos de aquella persona,
un rostro viejo, de piel morena, con un traje café claro, cejas blancas y
bigote gris.
-
malditas calles. – Dijo, mientras las manos buscaban algo a que
sujetarse, para el impulso e intentar
reincorporarse. Me miro y se marchó sacudiéndose
el traje manchado de dos bolas en plenas rodillas.
no quiero
envejecer. No creo poder llegar a resistir ver pasar los años y quedarme solo y
sin esas personas que son hoy tan importantes en mi vida. Ese pensamiento me
trae un miedo inconsciente; y vuelves tú a mi mente. ¿Estarás ahí? Me es
curioso imaginarte con arrugas y muestras de una vida dura y cansada, con la
cabeza blanca, unos lentes cuadrados de doble aumento. ¿Nos seguiremos
conociendo? Es injusto, pero no se la respuesta, pero opte por reconocer que me
hubiera llegado a gustar hacerlo, envejecer juntos.
quizá pueda
crearme mil historias de como termino todo, y así no darle importancia a este
momento en que se va forjando el futuro, en el que no estás, y por eso me
miento, me pongo a divagar en ideales no mencionados, pero atormentados como
los ánimos en estos días.
Cruce la
calle, volteé hacia atrás e irónicamente me dije: Eso nada más. La campana del
templo comenzó a sonar, yo me fui riendo en mis adentros; camine una cuadra
abajo, doble a la izquierda una cuadra y repetí el camino dos cuadras más, llegue
a un local para comprar una botella de agua, que la sed secaba mi garganta, la
abrí y al dar el primer trago, sentí restablecerme en la gravedad adecuada y
supe entonces que el día Green había terminado.