el día que amaneció lloviendo, después de cinco horas continuas, y de haberlas pasado contigo despiertos, recuerdo bien que cuando volteaste desde la puerta de la habitación y dijiste que tenia que marcharme, recordé que no estaba en ningún lugar seguro; tome mis notas, recogí la ropa y salí semidesnudo por el corredor. Al estar en la esquina, volteé hacia la ventanilla de cristal roto, tras una cortina rasgada, sucia y descolorida, creo que de seda corriente; divise que por dentro, tú llamabas por teléfono, con cigarrillo en mano, mirada fija y penetrante en mi. Entonces me fui a un bar.
duramos unas semanas con una rutina irregular de tiempos y horarios, comprometidos a llevarlos a cabo, pero al llegar el fin de mes, decidiste no llegar a tiempo, incomunicable situación, me hizo esperar, unas cuantas horas, y la noche le llego a aquella habitación del piso quinto, al final del pasillo a la derecha.
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